This is Patagonia baby! (día 2)
Al día siguiente, despertamos pasadas las 9 am, aprovechando el tardío amanecer de esta época del año y la comodidad y cobijo del refugio. La caminata proyectada para el día se veía relativamente tranquila y no demasiado extensa, así es que sin apuro nos levantamos, tomamos desayuno y preparamos nuestras cosas para continuar el viaje, saliendo pasadas las 11 am desde Paine Grande rumbo a campamento Italiano. Serían 7.6 kms. hasta ahí, donde armaríamos carpa al llegar, dejaríamos las mochilas y haríamos el trekking livianos, ida y vuelta por el Valle del Francés hasta el campamento Británico.
Un nuevo día de sol nos acompañó en la ruta, fiel compañero que motiva, casi haciéndote barra al avanzar: "ya chiquillos, ¡ustedes pueden hacerla!. Olvídate del músculo que te tira desde atrás de la rodilla, Anika, con el andar se irá soltando sin que te des ni cuenta ¡vamos, vamos, vamos!".
La noche del día anterior, mi hermano había hecho un breve chequeo verbal de las posibles dolencias o molestias, previniendo así cualquier riesgo de lesión o herida. Le comenté que sentía que se me venía una ampolla en el pliegue del dedo gordo del pie y, como todo un profesional, me cubrió la zona con una tela adhesiva que cumple la función de hacer de "segunda piel", adhiriéndose al cuerpo a la perfección y reforzando así la zona delicada, evitando cualquier herida.
"Es importante -me explicó- que estés atenta a este tipo de molestias para que no alcance a transformarse en ampolla o herida, porque ahí ya el cuento es distinto". Yo asentí silenciosa y maravillada con su instrucción, siempre profesional.
Esa mañana, inicié el trekking con música en mis oídos: una mezcla aleatoria de diferentes estilos, pasando por José González, Ana Tijoux, Radiohead, Jorge Drexler, Miranda, RATM, Mocedades, The Beach Boys, Camila Moreno, The Cure, La oreja de Van Gogh, Calle 13, Nano Stern, Bob Marley... por mencionar a algunos. Cuando digo que escucho DE TODO ¡es porque escucho DE TODO! Y aunque ponía todo de mi para disfrutar el entorno al ritmo de mis favoritos como única misión, la paranoia de sentir al puma caminando sobre nuestros pasos, saboreándose con el olor a carne fresca y a cuerpo en movimiento me mantenía mirando por sobre mi hombro cada dos por tres y dando pequeños saltitos al escuchar un supuesto crujido, que la verdad es que no era más que el sonido de las canciones que, a pesar de haber escuchado mil veces antes, revelaban nuevos matices producto de lo aguzado que llevaba el oído esperando la señal para soltar la mochila ¡y correr!. Nonono, wait, ¿qué tengo que hacer si veo al puma? Ah sí: mirarlo a los ojos, abrirme la chaqueta, mostrarle mis afilados colmillos mientras avanzo hacia él sin perder el contacto visual y cuando sienta que está a mi alcance, de un salto abalanzarme sobre él para matarlo de un zarpazo y disfrutar de su tierna y jugosa carne... yeah, right.
Llegamos a campamento Italiano en 2 horas y media: un lugar cubierto por un bosque de árboles altos, con humedad al 100% ya que la luz del sol no alcanzaba a tocar el suelo a ninguna hora del día. El olor a tierra mojada por los siglos de los siglos, se sentía con todo el cuerpo, no sólo con el evidente aroma sino también con la piel, que rápidamente se enfriaba; con la boca, pues el aire sabía a humedad, a tierra, a hoja; con los ojos, con las manos, con el recuerdo permanente de la lluvia que no cesa...
Paulito armó la carpa, vaciamos mi mochila y hechamos en ella algo de abrigo, unas barritas de cereal y mi instinto de supervivencia me hizo también agregar naipes, linterna y el palito para tomar auto fotos, jeje. Iniciamos el ascenso entre rocas congeladas y caídas de agua que iban variando el caudal desde pequeños hilos cristalinos, hasta pseudo ríos. La pendiente era considerable, pero nada que no pudiera manejar. En este punto, los bastones fueron de gran ayuda (y más lo serían al bajar, pensé). El trekking lo acompañó la majestuosa vista del Paine Grande, que literalmente nos abrazaba mientras nos internábamos en el cuenco. Cada cierto rato se escuchaban estruendos que, si no hubiera estado totalmente despejado, habría apostado que se trataba de truenos. Pero como bien me explicó mi guía favorito, en las Torres del Paine no se producen tormentas con truenos y relámpagos: lo que suena son las incesantes avalanchas y quebraduras de hielo del glaciar, que está conectado nada menos que con Campos de Hielo Sur. Tremendo.
Algo así como 1 hora y media después, llegamos a la primera parada: el Mirador del Valle del Francés, lugar que permite una vista panorámica del parque, desde donde alcanzábamos a ver incluso el Lago Toro, de donde partimos el día anterior. Se veía también desde ahí el Lago Pehoé y más cerca, el Nordenskjöld. El solcito nos daba de lleno, así es que a mi me pareció el lugar ideal para pasar un rato. Mi hermano no había llegado nunca hasta el campamento Británico, que quedaba unas 2 horas más arriba según lo que nos había comentado el chico del refugio en Paine Grande, pero yo ya tenía suficiente por el día, jaja, así es que le dije a Paulito que podía subir solo (y a su ritmo), mientras yo lo esperaba en el mirador. Eran las 14:30 y acordamos que lo esperaría hasta las 17:30 como máximo, de lo contrario empezaría yo a bajar y él se me uniría en el camino, o bien nos encontraríamos en el campamento, pues la luz del sol se iba a eso de las 19:00. Y se hizo el silencio. Me senté en posición de loto a mirar y respirar. Y agradecer y a vivir. Sentía cómo el sol se me colaba por las capas de ropa, por la piel y me llegaba a la médula espinal. Estoy viva. ¡Estoy viva!
Después de un rato volví a la música y decidí dejarme sólo un audífono puesto, pues al separarme de mi hermano me pareció importante mantenerme alerta, sumado a la idea incesante del puma al acecho. Cerré los ojos y busqué ese lugarcito de calma y paz en mi interior. Conectada con mi respiración y la música, de repente sentí un pito agudo y constante, por unos 3 o 4 segundos. Abrí los ojos y apagué la música. Un momento después, nuevamente el pito. No era un pájaro, ni una rajadura en el hielo, ni el viento. Era un pito de alerta, quizás de auxilio. Dos días antes, mientras preparábamos todo para el viaje, Paulito me había mostrado las virtudes de la mochila que me estaba prestado para la travesía, entre las que se encontraba un silbato de auxilio. Ese fue el pitido, no tuve ninguna duda. Me paré rápidamente, justo cuando los rayos de sol habían desaparecido del mirador. Tercer pitazo y ya no tuve dudas. ¡Mierda! Tiene que ser mi hermano. Había pasado una hora exacta desde que partió. Tomé las pocas cosas con las que me había quedado (la botella de agua, el teléfono) y empecé a caminar. Esta vez, la ruta era menos pedregosa y la pendiente era muy leve. El ascenso, entonces, era sencillo y rápido. A pesar de la alerta, me mantuve en calma y sin miedo. Empecé a evaluar mentalmente las posibilidades: una caída era lo que más me resonaba. Un pie quebrado, algo así. Eran ya las 15:45, todavía teníamos unas 3 horas de luz por delante. Cuando llegamos a campamento Italiano más temprano, nos encontramos con dos gringos que ya iban subiendo al mirador y con quienes no volvimos a cruzarnos, por lo que supuse que estarían en campamento Británico también (la ruta es única), así es que pensé que si a Paulito efectivamente le había pasado algo, existía la posibilidad de que se hubiera encontrado con los gringos. Caminé a paso rápido y me crucé con uno de los gringos, que venía a toda carrera. Le pregunté si había visto a mi hermano más arriba y me dijo que sí. Sacó su GPS y me mostró dónde lo vio, hacía unos 45 minutos atrás y todo estaba bien. Ummmm. OK. Seguí caminando, absorta en mis pensamientos y pensando cómo volvería con mi hermano accidentado hasta el campamento y luego, cómo volveríamos a Natales. Y de repente, después de caminar algo así como 40 minutos, apareció el Paulito muy campante y sin rastros de pie quebrado ni de accidente alguno. Alivioooooooo. Se sorprendió de verme y le conté la historia del silbato. Me miró con cara de "estai loca, seguro fue un pájaro" y me peló el cable con el lugar al que había llegado que, dicho sea de paso, el trayecto no le había tomado más de una hora. Y cuando llegó, me llamó mentalmente. Ese fue el silbato que escuché, estoy segura :)
Bajamos sin apuro y disfrutando del lugar, llegando al campamento antes que oscureciera y dispuestos a hacer un poco de hora antes de comer nutritivos y reponedores espirales con salsa y salame, antes de irnos a dormir. En ese momento yo ni sospechaba la noche que me tocaría pasar.
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Campamento Italiano |
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Desde donde vienen las avalanchas |
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La vista desde el mirador |
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