Esta es la historia de un parto que empieza como todo nacimiento; con un óvulo fecundado por un espermio en el momento indicado. La magia ocurrió en Macedonia, durante un encuentro Arcoiris. No fue una concepción planificada, mas sí fue conversada como una posibilidad. La nueva vida se hace paso siempre en el momento preci(o)so. Nos enteramos poco antes de dejar Şumska1, un voluntariado en el que pasamos 1 mes en Novi Sad, norte de Serbia. Mi luna no llegaba, mientras atravesaba un molesto y extenso resfrío. Me hice un test de embarazo con casi 1 semana de atraso. Dio negativo y como mi luna seguía sin llegar, se lo atribuí al resfrío. Unos 10 días después, desperté con náuseas y aunque pocas dudas me quedaban, decidí hacer un 2do test que sí dio positivo. Así iniciábamos este nuevo viaje, muy diferente a lo que fue la gestación de Clementina en todos los sentidos: el escenario, las ideas futuras, esta vez siendo tres y no dos, el cómo nos enteramos y cómo recibimos la noticia... En esos días, sentía que habíamos empezado "con el pie izquierdo", porque ese test que dio positivo había quedado sobre la mesa esa mañana en que salí de nuestra karavan y asumí que Diego lo vería al levantarse y tendría él también su momento para procesar la confirmación de mis sospechas. Pero no. Él se enteró al abrir la puerta de la cocina, en el voluntariado, mientras yo conversaba con escandalosa liviandad con un chico alemán y le decía "... Y bueno, la cosa es que estoy embarazada". Todavía me duele un poco la forma. Se me escapó de las manos. Yo también estaba un poco en shock, supongo. Y qué decir de la gestación misma, que si bien empezó con síntomas bastante parecidos a los que tuve con Clementina, lo que viví pasado el primer trimestre fue muchísimo más difícil e intenso, empezando por el destete de mi primera cría, que tras 2 años y 3 meses vivía su primer gran cambio de vida forzado por las circunstancias (el dolor de tetas junto a las náuseas, al movimiento en ruta y por si fuera poco, la falta de enegía física propia del proceso que experimentaba mi cuerpo... Uffff ¡mala mezcla!). Y el cuerpo, que esta vez hizo un correcto "acuse de recibo" del embarazo: la ciática en el lado izquierdo se empezó a sentir cada vez más molesta, para luego integrarse a un cuadro de pubalgia (afecta al piso pélvico y se siente un dolor entre muscular y de huesos, no hay mucha manera de aliviarlo más que evitando los movimientos que producen dolor, mantener el equilibrio entre la actividad física y el reposo... Y tener MUCHA paciencia) y de las hormonas no quiero ni hablar porque no las entiendo, ¡jajajaja! Y bueno, pasado ya el momento de las quejas (no "reclamos", como estuvo diferenciando mi mamá hace un tiempo) me detengo a agradecerle a mi mago favorito, mi compañero, por sus cuidados, su paciencia, por ponerse al servicio de la familia y por compartir sus saberes a través de sus manos poderosas.
Y no sólo el cuerpo físico se removió mientras gestaba a Benicio. El universo de las emociones esperaba su turno para mostrarme mis sombras más oscuras, esas que guardé por largo tiempo en una cajita con llave y esa llave resultó ser el hijo que cargaba en el vientre. Fueron días muy, muy intensos, de mucho trabajo conaciente, con foco en observar, reconocer y -la parte más difícil- sentir. Hubo días, unos pocos, en los que me sumergí profundamente en las oscuridades de mis memorias...
Llegamos a Albania con poco más de dos meses de gestación. Yo contaba los días para que finalizara el primer trimestre, esperando que las náuseas desaparecieran. Y así sucedió, mientras vivíamos un nuevo encuentro Arcoiris. Entonces nos detuvimos, por primera vez, a pensar en los detalles prácticos y junto a ello, evaluar las alternativas de posibles lugares donde parir. Chile fue descartado rápidamente por distancia y condiciones: la locura del covid tenía al país sumido en total psicosis entre mascarillas, vacunas, cuarentenas, algo a lo que no estábamos dispuestos, además de no encontrar motivos suficientes como para hacer un movimiento tan grande. Turquía aparecía fuertemente entre las posibilidades: habíamos pasado 9 meses recorriendo parte del país, teníamos algunas amistades y posibles lugares donde detenernos y una serie de factores secundarios como la comida y el clima, que nos hacían considerarlo. Los "contras" eran el idioma y los conflictos para dar teta libremente, situación que habíamos vivenciado con Clementina. Y no es que haya una prohibición al respecto, pero en buena parte del país las madres acostumbran amamantar a sus crías "donde nadie las vea" (no basta con cubrirse las tetas) y si bien no soy de las personas que le importe mucho la opinión del resto, algo que he aprendido en esta vida nómade es que lo m@s importante y necesario que es adaptarse a las formas y costumbres locales, en pos de tener una real experiencia local y no ser "un turista más". México empezó a escucharse fuerte como posibilidad. Veíamos a muchos viajeros moviéndose hacia allá y la idea de parir en continente americano, más cerca de nuestras raíces y costumbres, sonaba bonita. El gran "pero" era el movimiento que tendríamos que hacer para llegar hasta allá que, además de incluir aviones, escalas y test pandémicos, significaba llegar a buscar un auto/karavan para comprar y luego encontrar el lugar donde armar el nido... Todo eso con la presión del tiempo y de la panza que crecía día a día. Y por si todo esto fuera poco, tendríamos que resolver qué haríamos con nuestra casita con ruedas, algo que rápidamente se mostró como una especie de señal: en el Arcoiris conocimos a una pareja italiana-brasilera que buscaban una karavan para arrendar a un precio razonable, por un período largo y nos pareció una excelente idea para no tener que encargarnos de venderla. México, entonces, se transformó prácticamente en una decisión que sostuvimos hasta que regresamos a Turquía: cruzar la frontera y recibir ese "hoşgeldiniz" (bienvenidos) fue muy emocionante para mí. De alguna manera fue como volver a casa. Una vez en Turquía nos fuimos directamente hasta Mehmetalan, el pueblo donde vivía Damla, lugar en el que habíamos pasado un mes antes de salir a los Balcanes en junio de 2021 y que nos conquistó con su simpleza, su tranquilidad, el río de cristalina agua y su gente, buena parte de ellos ancianos con un montón de sabiduría. En Mehmetalan suceden cosas que salen un poco de la norma respecto a Turquía, empezando por la religión que, si bien es una corriente del islam, resulta ser bastante menos estricto y más "open mind" (definida como una "alevi village"). De hecho, en Mehmetalan no hay mezquita y eso ya lo marca como un pueblo diferente (se siente raro no escuchar el eczan cada día). Damla una vez me contó que un día fue a caminar por la montaña y en el trayecto cortó una linda flor de un árbol y la llevó consigo de vuelta a casa. Entrando al pueblo, no una sino tres personas diferentes la detuvieron para preguntarle si le había pedido permiso al árbol para sacar la flor. Así es la gente de Mehmetalan. Una vez allí, Damla nos contó que dentro de un mes viajaría a visitar a su hermana a Kenia por un período inicial de 3 meses y con algunas posibilidades de extender el viaje. Y junto a esta noticia, nos ofreció amorosamente su casa para quedarnos, hacer el nido y parir, si es que decidíamos quedarnos en Turquía. Vino, entonces, el momento de evaluar más detenidamente nuestras posibilidades y factibilidad de cada una; México empezaba a sonar complejo, un movimiento muy desgastante y las barreras que teníamos hacia Turquía se debilitaban... Mehmetalan nos seducía, nos invitaba a quedarnos no sólo desde lo metafórico, sino también desde lo figurativo: sentimos la abierta invitación de los aldeanos a quedarnos y traer la nueva vida aquí, donde no había nacido nadie en los últimos 4 o 5 años, tal vez. Y en esta decisión entraba también una figura muy importante, casi fundamental: Ayşe, un ser-casi-no-humano, una mujer medicina innata que cura con sus manos y através de la música... Vecina, amiga y hoy, familia.
Así, hacia finales de octubre y con unas 18 semanas de gestación, ya teníamos el lugar para anidar y parir ❤️. Concluído el primer trimestre, las náuseas desaparecieron y empecé a sentirme un poco más aliviada y dispuesta a empezar a disfrutar de la gestación, pero el proceso de destete de Clementina lo hizo difícil. Este empezó al poco tiempo de enterarnos del embarazo. Empezamos por cortar la libre demanda que sostuvimos por 2 años y 3 meses, dejando la tetita sólo para dormir. Tres meses después, mi cuerpo dejó de producir leche y esa fue la señal para finalizar la lactancia de Clementina, proceso que trajo consigo mucha pena, lágrimas compartidas, culpa... Fue el inicio de un intenso y profundo período de observar mis sombras, de encontrarme con esas "emociones incómodas", aquellas que por años negué, creyendo que si no las reconocía, no existían. Pena, culpa, miedo, rabia. Una a una fueron mostrándose y, por primera vez en mi vida adulta, les di el espacio para manifestarse. Me permití, simplemente, sentir. Fluir junto a mis sombras. Verlas aparecer, revolverlo todo y luego marcharse. Porque, como todo en esta existencia, constaban de un principio y un final cíclico. Vienen y se van, una y otra vez. Y como suele ser en la experiencia humana, las emociones vinieron acompañadas de manifestaciones físicas: el nervio ciático de mi lado izquierdo se sentía en tensión dolorosa. De la ciática pasé a desarrollar un cuadro de pubalgia (primera vez en la vida que escuchaba de esto) que fue intensificándose con el paso de los días y las semanas. Todavía quedaban unos 3 meses para el parto y el dolor físico me mantenía lejos del disfrute. Tomé clases de yoga prenatal online con la preciosa Vicky de @laflorestapv y Diego empezó a darme masajes prácticamente a diario. Iniciábamos, así, la práctica de lo aprendido respecto a la medicina de las plantas y fue el aceite de romero el aliado de los masajes. También llegaron las esencias florales para apoyarnos a los tres y los aceites esenciales en el difusor constantemente encendido. Todo ayudaba, aunque nada de lo que hacíamos se llevaba completamente el dolor. Hubo días en que todo se sentía amargo y gris, muy sincronizado al invierno frío y oscuro que atravesábamos entonces. Otros, el sol volvía a salir y me permitía sonreír y aceptar. Busqué en la expresión creativa una vía de escape y me encontré pintando, escribiendo, cantando. Todo para pasar el tiempo lo mejor posible y aunque a ratos se veía un viaje demasiado largo, hoy, con Benicio en mis brazos, siento que no lo fue tanto. El tiempo pasó. Y pasó rápido.
En la semana 32 llegó hasta nuestra casa la "enfermedad de moda". Clementina fue la primera en recibirlo, al día siguiente fue Diego y medio día después, yo. Fueron los días más duros del invierno para mí. El malestar físico fue intenso y corto, no más que un par de días con dolor de espalda, de cabeza y con mucha necesidad de descanso. Lo más difícil fue no permitir que el miedo se llevara mi existencia (temía que el parto se adelantara y todo lo que podría significar). Afortunadamente, todo anduvo bien.
Mientras transitaba por todo esto, temas prácticos comenzaban a resolverse: inicialmente pensamos en parir acompañados de una matrona, especialmente porque el trámite del registro del bebé se veía complejo si no contábamos con un documento "oficial" del nacimiento. Contacté con una matrona de parto en casa que hablaba inglés. Hicimos una videollamada y quedamos en reunirnos en Istanbul en un viaje que hicimos para renovar nuestro permiso de residencia, pero no logramos concretar y finalmente hablamos los detalles por whatsapp. El escenario no se veía fácil por diferentes motivos y decidimos dejar que pasara el tiempo y ver cómo nos sentíamos, hasta que un día tomamos la decisión de descartar la ayuda de la matrona y aventurarnos a un parto sin asistencia de alguien "del mundo de la salud". Esa importante decisión fue muy bien respaldada por las viejitas de Mehmetalan, a las que fuimos conociendo lentamente debido al idioma, quienes, en buena parte, habían parido en casa. No era gran cosa para ellas e incluso nuestra vecina más cercana, Senamce ebe, nos ofreció su ayuda en lo que sintiéramos necesario y oportuno. Junto a esto, la figura de Ayşe y nuestras profundas conversaciones respecto a la vida y la muerte, la naturaleza humana y la medicina en sus diferentes formas, además de su genuino ofrecimiento de asistencia y ayuda en lo que requiriéramos, le entregaba más poder a la idea de parir sin una matrona. Y sin mucha planificación, empezaba a formarse nuestro "equipo de parto", que contaba ya con 3 seres mágicos y al que, a mediados de febrero se sumó nuestra querida princesa turca Damla, al regresar de Kenia. Aún había un cabo suelto en este equipo y este era: ¿quién se hace cargo de Clementina? Ella ya había desarrollado una buena relación de confianza con todo el team y aunque su inglés funcionaba bastante bien, yo sentía que sería óptimo contar con la presencia y apoyo de algún hispano hablante. En diciembre de 2021 llegaron dos chicas mexicanas a visitarnos, conectadas por la familia Arcoiris. Fue un hermoso regalo pasar días juntos, especialmente después de haber descartado el movimiento a México. Para Clementina fueron, también, días muy especiales y rápidamente encontró en Karin a una amiga con carácter de hermana mayor. Se sentía que todo fluía muy bien entre ellas y con el resto de la familia. Karin nos ofreció muy amorosamente su apoyo y ayuda. La relación con este precioso ser siguió su curso y tras idas y vueltas, con muy nutritivas conversaciones de por medio, Karin siguió su rumbo en el sur del país. No sería una mexicana quien cerraría el equipo de parto ¡sino una chilena! Paz... (suspiro) cuanta paz nos trajo Paz, con quien nos habíamos encontrado en el lugar donde se había iniciado la vida de nuestro Benicio el verano anterior. Llegó con su michila, su guitarra, su hamaca y toda su magia hasta Mehmetalan y se cerró, así, el círculo. Casi una semana antes del parto ya estábamos todos reunidos: Senamce, Ayşe, Damla, Paz y el último en llegar, el padrino favorito de Clementina, Cabi. ¡Ay, Cabi! Me haces pensar que cada uno de los miembros de este equipo merece un capítulo completo, pero de hacerlo así, este relato, que ya pinta para cuento, tendría que transformarse en libro... Algún día, INŞALLAH!
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El "equipo parto" completo |
Era lunes 21 de marzo de 2022. El día empezó como empezaban buena parte de nuestros días: lento, sin prisa ni mucho por hacer más que el desayuno. El sol brillaba e irradiaba cada árbol, planta y arbusto que había en la tierra, listos para recibir la dosis de energía solar que los hacía florecer luego de las lluvias de invierno. A eso de las 13:00, mientras preparábamos un tardío desayuno, sentí muy leves contracciones que se mantuvieron mientras comíamos todos juntos. Ya le había advertido a Diego de la situación y se lo hicimos saber también a la familia, lo que nos llevó a hacer un check list de lo que aún nos hacía falta y a "repasar", de alguna manera, las tareas de cada uno. Cerramos con la frase que nos traspasó nuestra querida Andrea, matrona que guardianó el parto de Clementina, "hagamos vida normal". A las 14:45 empecé a registrar en el teléfono las expansiones, para monitorear cada cuanto venían. En promedio eran cada 10-12 minutos con algunas pausas un poco más largas entre medio. Yo aún no creía que pocas horas más tarde estaría pariendo; esperaba la rotura de membrana que nunca llegó. Tras nuestra breve reunión post comida, Diego había empezado a preparar el lugar y entre subir y bajar escaleras, dio un paso en falso y se tropezó, golpeándose fuerte una rodilla contra un peldaño y tras un breve reposo, siguió moviéndose de acá para allá, encendiendo la chimenea del baño (el popular "soba" turco), lo que nos permitiría calentar agua, además de calefaccionar. Damla y Cabi salieron junto a Clementina a comprar unas últimas cosas y poco a poco fui comprendiendo que estábamos de parto. Me paseaba de acá para allá distrayendo la mente con tareas cotidianas entre expansión y expansión. Desde lo profundo de mi garganta surgía el canto que seguía el ritmo de mi vaivén. Se manifestaba con asombrosa naturalidad, mas no fue un acto del todo espontáneo: durante la gestación me había interiorizado un poco respecto al canto en el parto y descubrí entonces que la garganta, boca, cuello, cuerdas vocales, son un hermoso reflejo de la vulva, el útero, el canal vaginal (si hasta los nombres son parecidos: cuello / cuello del útero, labios / labios menores...). Así, durante el trabajo de parto resultó de gran ayuda expandir la garganta para expandir, a su vez, la zona pélvica. Según el registro que conservo en el teléfono, a las 16:46 tuve un descanso de las expansiones que duró poco más de 40 minutos. A las 18:28 empecé a registrar también la intensidad del dolor en escala de 1 a 10, siendo 1 lo más suave y 10 lo más doloroso. Justo entonces, el tiempo entre las expansiones promediaba los 5 minutos y el dolor iba en aumento. El último registro fue a las 19:37 con intensidad de dolor 4. Asumo que dejé de registrar cuando mi consciencia inició el viaje a planeta parto transportándome en cada expansión y devolviéndome a la Tierra entre una y otra. El placer que sentía cuando la expansión terminaba era muy reconfortante. De a poco, mis cantos se transformaron en gritos. En algún momento, no sé cuándo, entré al baño y no volví a salir. Tengo vagos recuerdos de un encuentro con Damla en el que nos tomamos de las manos y cantamos juntas. Sentía la presencia de Diego que sostenía el fuego y algunos cantos y rezos. Sentía la sutil presencia de Paz, que casi no se notaba más que cuando los baldes de agua caliente corrían por mi espalda reconfortando, aliviando, ayudándome a fluir. Los gritos se hicieron más intensos. Noté que en el peack de cada expansión, el volúmen de mis cantos gritados aumentaba y me ardía la garganta. "No tan fuerte, Nika. No necesitas llegar al máximo", decía mi mente en los escasos momentos en que conectaba con la Tierra, mientras otras poderosas palabras y frases completas se escapaban entre mis alaridos. ¡Vamos, carajo! ¡Me transformo en dolor, soy el dolor! Y una vez más, cuando la fuerza de la ola iba en caída, conectaba con la energía que se estaba liberando y, entre rezos, dejaba ir las sombras que me acompañaron con 38 semanas y 1 día, buscando la transmutación hacia la plena consciencia del existir. Y llegaron los pujos. Justo después de esa dolorosa expansión que me llevó a exigirle a gritos a mi compañero que me sostuviera porque ya no podía más, justo cuando llegaba ese frenético momento del miedo nivel terror-pánico y tras verbalizar el "¡TENGO MIEDO!", mientras con los ojos cerrados y en cuatro patas creía estar mirándome en la profundidad de los ojos de mi roble sostenedor y él, estoico, regalándome las palabras precisas para recibir a nuestro segundo hijo, llegó ese primer puje que me hizo romper membrana. Nueva expansión y un nuevo puje. Llevé la mano derecha hasta mi vulva y pude palpar su cabecita. "¡Ya está aquí!" pensé justo antes que llegara esa expansión, acompañada de un tercer pujo que hizo salir su cabeza y rápidamente el siguiente y ahí estaba papá para recibir a nuestro niño, mientras yo calmaba la respiración, aliviada y emocionada. En las 21:24. Lo recibí así, en mis brazos, lo olí, lo lamí, lo abracé, lo miré a sus ojitos abiertos y le di la segunda bienvenida en medio del llanto que acusaba la nueva vida. ¡Benicio ha aterrizado!
Clementina apareció en el baño con una solemnidad conmovedora. Luego me enteraría que cuando fueron a avisarle que su hermano había nacido, ella decidió tomarse su tiempo hasta decidir ir a conocerlo. Entró y su carita mostraba una emoción nunca antes vivida. "Mamá, yo lo quiero tomar en upita, ¿ya?" fue lo primero que dijo al verlo de cerca. Del proceso completo de parto, ver y sentir a Clementina recibiendo a Benicio fue lo que más me emocionó.Esa primera noche fue sumamente hermosa. Ya estábamos los 4 juntos luego de esos casi 10 meses de espera, de cambios, de lágrimas, de ideas que se transformaron en realidad. Parece increí le, pero esa noche descansé como no lo había hecho en meses. A la mañana siguiente, 12 horas después del nacimiento, fue turno del alumbramiento de la placenta que se produjo muy naturalmente, esta vez. Para otra historia quedan los detalles de la visita al hospital y todo lo que ha significado registrar a este pequeño en "el sistema". Por ahora, esta historia de parto se cierra aquí, quedando así el registro del inicio de la vida de Benicio Asklepio del Sol Cruz Diez.
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