CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS
No sé en qué momento dejé de pensar en mí.
No sé en qué momento dejé de quererme.
No sé cuándo fue que sucedió, que empecé a vivir la vida en modo automático,
que dejé de gozar, que dejé de vibrar.
Y fue mucho tiempo, fueron años los que pasé bajo este auto-régimen del robot.
Sin cuestionar, sin observar, sin sentir, sin detenerme un segundo y sentir...
Y llegó un día en que la vida misma se encargó de hacerme ver lo que estaba pasando.
Me tomó por los hombros, me zamarreó y me gritó a la cara: Mariela, ¡¡escucha tu corazón!!
Y yo, impávida y muda, perdí el color.
Como si me hubieran puesto una pantalla enfrente, que reproducía los últimos años que había vivido.
Y lloré.
Y grité.
Y escupí, y caminé muchas horas con la mente en blanco.
Sólo respirar.
Sólo escuchar.
Detenerme con los ojos cerrados e inflar el pecho de aire. Una. Dos. Tres veces.
Comer chocolate, dormir.
Escuchar música y seguir llorando, hasta botarlo todo.
Desperté y las nubes cubrían el cielo.
Lo bueno es que igualmente yo sabía que había mil estrellas tras esas nubes.
Y que podía tomar una de ellas y quedármela.
Y seguir, con los ojos bien abiertos.
No sé en qué momento dejé de quererme.
No sé cuándo fue que sucedió, que empecé a vivir la vida en modo automático,
que dejé de gozar, que dejé de vibrar.
Y fue mucho tiempo, fueron años los que pasé bajo este auto-régimen del robot.
Sin cuestionar, sin observar, sin sentir, sin detenerme un segundo y sentir...
Y llegó un día en que la vida misma se encargó de hacerme ver lo que estaba pasando.
Me tomó por los hombros, me zamarreó y me gritó a la cara: Mariela, ¡¡escucha tu corazón!!
Y yo, impávida y muda, perdí el color.
Como si me hubieran puesto una pantalla enfrente, que reproducía los últimos años que había vivido.
Y lloré.
Y grité.
Y escupí, y caminé muchas horas con la mente en blanco.
Sólo respirar.
Sólo escuchar.
Detenerme con los ojos cerrados e inflar el pecho de aire. Una. Dos. Tres veces.
Comer chocolate, dormir.
Escuchar música y seguir llorando, hasta botarlo todo.
Desperté y las nubes cubrían el cielo.
Lo bueno es que igualmente yo sabía que había mil estrellas tras esas nubes.
Y que podía tomar una de ellas y quedármela.
Y seguir, con los ojos bien abiertos.
pio :)
ResponderEliminarHace siglos que no tengo una sesión de melancolía que me permita escribir algo como esto.
ResponderEliminar=)