De las palabras, los viajes y otros vicios

No es mucho lo que puedo decir acerca del 'cómo'.
Algo podría contar sobre el 'por qué', pues eso tiene más que ver con mi conciente-inconciente.

Desde chica me impactó el poder de las palabras, de lo que podían provocarme, de cómo, simplemente con unos cuántos caractéres, podía llegar a reír a carcajadas, a llorar cual Magdalena, a estremecer del miedo o a enrojecerme de la furia. Y obviamente me fui encontrando con otras personas que sentían lo mismo, comenzando por las mujeres de mi familia, todas ellas amantes de la buena lectura (¿existe la mala lectura? siendo objetiva, yo pienso que sólo hay diferentes gustos, no podría ser tan soberbia como para declarar un escrito como malo... ¡compleja tarea la de los críticos!).

Siempre he creído en las frases bien dichas, en las palabras bien ocupadas. Y, en mí, simplemente fluyen sin mucho pensar, aparecen entre mis dedos y las escupo a través del teclado. Prácticamente es una descarga, como si estuvieran contenidas dentro mío, esperando ansiosas el momento de salir al mundo y ser leídas.

Las palabras también transportan. Despiertan a la imaginación y nos hacen volar. Si yo leo 'campo de flores', en una fracción de segundo llego hasta mi campo de flores, que muy probablemente es diferente al tuyo. Mi campo de flores es mío, me pertenece y si quiero, puedo guardármelo y no compartirlo, o bien decidir compartirlo y mostrárselo al mundo entero. Ese es el poder de la palabra; la libertad que nos entrega para hacer y deshacer, para decidir, para descartar, para aislarnos, para compartir, para viajar, para sentir.

Yo digo: vístete de blanco y vuela. No pienses, no esperes nada de nada, sólo lee y viaja.

¡Bienvenidos!