LAURA


De pasos chiquitos,
de mirada esquiva, ojos grandes
viviendo siempre en mundos de fantasía y magia
Laura no escucha las palabras
Laura observa, Laura huele
Laura está siempre presente/ausente
es como una ráfaga de viento; pasa rápidamente sin ser percibida
porque los adultos están ocupados en cosas de adultos
y ella lo prefiere así.
La historia de Laura no es la más linda
está teñida de soledad, de miedos, de oscuridad
de locura, también
si quisiera tendría mucho que contar a su corta edad
Esta es la historia de Laura
o al menos, lo que se conoce de ella
Entró a la casa corriendo, los zapatos de charol negro que le había regalado el abuelo, embarrados. Sabía que recibiría un reto por eso, pero no le importaba. A la larga, estaba acostumbrada a recibir retos constantemente, pues su espíritu libre y rebelde le impedía comportarse como sus abuelos esperaban que lo hiciera.
Subió las escaleras muy despacio, para evitar ser delatada por la vieja madera que crujía bajo los pies. Un escalón, silencio. El corazón le latía muy deprisa y ella respiraba profundo, creyendo que quizás este acusaría su presencia. Dos escalones, despacio, la espera se hacía interminable pero aun así lograba controlar la ansiedad. Tres escalones y su mente empezaba a divagar, viajando a mundos lejanos, a tierras de aventuras y magia. No en vano tenía 7 años, claro. Cuatro escalones, vuelta a la realidad. Aquel era un día memorable, lo había estado esperando desde que tuvo conciencia.
Silenciosa y para muchos extraña, Laura parecía siempre saber mucho más de lo evidente. Era una niña muy sensible, siempre percibía ciertas vibraciones, miradas y tonos de voz que anulaban todo lo que a simple vista se veía. No entendía por qué la gente se esmeraba tanto en mostrar una cosa, cuando en realidad sentía otra, ese era uno de sus permanentes cuestionamientos, cuando estaba aquí. La gente siempre murmuraba a su paso pues sus ojos, algo desorbitados, perturbaban. Ver a Laura a los ojos era como ver a los ojos de una anciana en el lecho de muerte, con tantas lágrimas derramadas, con tanto miedo, con tanta historia por contar. A unos pocos les producía lástima, siempre delgada hasta los huesos, el pelo desordenado, los pantalones sucios, parecía que la hubieran dejado en la calle abandonada. Su abuela siempre estaba detrás “Laura, ¡lávate la cara!”, “Laura, cámbiate esa ropa, hija”, “¡Laura, no puedes alimentarte sólo de arroz y manzanas, mi amor!”. Pero ella sólo sonreía y le afirmaba a su abuela que haría lo que le decían… y nada pasaba.
A pesar de todo esto, Laura se consideraba una niña bastante feliz. Se conformaba muy bien con lo que tenía y su historia no le parecía siquiera cercanamente más dolorosa que la de un perrito abandonado carcomido por la sarna o a la de un niño que ha nacido ciego. Porque esas eran historias que la estremecían profundamente, a tal punto que varias veces su abuela la encontró por ahí llorando desconsolada, sin que pudiera explicar el por qué de su tristeza.
Quinto escalón, por más que aguzaba el oído no podía escuchar nada. Sólo quería conocerla, era su único deseo en todo el mundo, mirarla a los ojos, respirar su olor, escuchar su voz… Muchas veces la había imaginado, en sueños dormidos o despiertos y curiosamente siempre era diferente: alta, baja, rubia, morena, con voz ronca o de pito, con ojos grandes o pequeños. A ella no le importaba, sólo quería entrar por esa pieza ¡y abrazarla hasta sofocarla!. Seis escalones, tragó la saliva guardada con esmero para no meter ruido. Iba pegada a la muralla, para no caer. Siete, ocho, ya casi estaba arriba y continuaba sin poder escuchar nada más que el corazón que estaba a punto de salírsele del pecho. Ya estaba arriba. Al final del pasillo se podía ver una tenue luz que salía de la pieza de sus abuelos. Laura avanzó sigilosa, mirando las fotos que había en las murallas como si fuera primera vez que las veía. El olor de esa casa mostraba todo cuanto era ella misma: madera, polvo, las margaritas frescas que ponía el abuelo cada mañana, la comida recién hecha…
Ya podía sentir cómo la tímida luz se posaba sobre sus zapatitos, avanzaba por sus piernas, llegaba a su cara. Estaba pálida, más que de costumbre, a pesar de lo acelerada que estaba. De espaldas a la puerta, sentada en una vieja silla de mimbre se encontraba ella: pelo largo, lacio y negro. La abuela advirtió inmediatamente la presencia de Laura y al mencionar su nombre, la mujer se paró de un salto de su silla, sin voltear. Y Laura se mantuvo erguida, sin mover ni un músculo de su cuerpo, rogando que ni siquiera corriera una brisa, que todo se congelara ahí. Entonces la mujer se dio vuelta y Laura pudo observar cada centímetro: alta, muy delgada, llevaba un vestido verde agua, maltratado por el tiempo. De rostro anguloso y muy pálido, el parecido de ambas era evidente. Dos segundos miró a sus ojos, sólo dos segundos y supo que aquello nunca debió haber ocurrido, dos segundos tras los cuales volvió al jardín, decidida a preparar una deliciosa torta de barro para el abuelo.


La imagen: http://dan-may.com

Comentarios

  1. aaaaaaaaay
    me dio pena!
    :(
    pd: me impresiona la capacidad que tienes para mantener al lector pegado!!! pero pegado en mala!!!!

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