El rey león
Hace casi 2 meses que la Mayita decidió aventurarse fuera de casa, para no volver (lo segundo dudo que haya sido voluntario... pero no me cabe duda que debe estar con una familia que la quiere).
Ese día llovió, recuerdo. El perímetro de nuestra casa estaba cerrado para evitar justamente algo como eso, pero con la lluvia una de las maderas que cerraba el paso se ablandó (era un vil cholguán) y nuestra Mayita raspó y raspó... hasta que logró salir.
Y ahí estaba Soto, el Sotito, mirándola arrancarse y probablemente pensando si seguirla o no... Mal que mal era su hermna mayor y cuando uno es chico los hermanos mayores son, por lo general, ejemplos a seguir (o al menos eso vemos desde nuestros ojos de niños). Puedo imaginar su carita inclinada, viéndola alejarse, dudando profundamente si seguirla en la aventura. Pero no. Soto decidió quedarse, quizás a cuidar la casa, quizás porque a su corta edad ya había pasado pellejerías, ya algo conocía la calle y no estaba dispuesto a correr el riego de voler a eso, quizás...
Desde el día en que se fue nuestra Maya decidimos no volver a cerrarle el paso a nadie, de ahora en adelante el Soto o cualquier otro perrito que llegue a nuestras manos tendrá toda la libertad para quedarse o marcharse, para recorrer el cerro, para bajar al río, para pasear, para quedarse, para volver o no volver.
Y ahí está Sotito, fiel compañero, guardián de la casa, regalón de la mamá!
El primer día de libertad nuestro temor era que nos siguiera cuando nos fuéramos a trabajar, que llegara al portón y después no supiera como volver, o que en el camino se encontrara con los temibles San Bernardo de mi papá, pero no pasó así: nos siguió hasta la mitad del camino y luego volvió a casa. Y al volver, después de una larga jornada laboral, Pepé nos esperaba ansioso, recibiéndonos con muchos besos y sacudiendo todo su cuerpo de pura felicidad (porque él no mueve su colita, mueve el cuerpo entero!!).
Desde ese día, cada mañana nos acompaña hasta el auto y se sienta en su roca a despedirnos mirando al horizonte con su postura de perro bravo, asegurándonos con sus ojitos que todo va a estar bien en nuestra ausencia, porque el rey de la manada siempre estará aquí para cuidarnos.
Ese día llovió, recuerdo. El perímetro de nuestra casa estaba cerrado para evitar justamente algo como eso, pero con la lluvia una de las maderas que cerraba el paso se ablandó (era un vil cholguán) y nuestra Mayita raspó y raspó... hasta que logró salir.
Y ahí estaba Soto, el Sotito, mirándola arrancarse y probablemente pensando si seguirla o no... Mal que mal era su hermna mayor y cuando uno es chico los hermanos mayores son, por lo general, ejemplos a seguir (o al menos eso vemos desde nuestros ojos de niños). Puedo imaginar su carita inclinada, viéndola alejarse, dudando profundamente si seguirla en la aventura. Pero no. Soto decidió quedarse, quizás a cuidar la casa, quizás porque a su corta edad ya había pasado pellejerías, ya algo conocía la calle y no estaba dispuesto a correr el riego de voler a eso, quizás...
Desde el día en que se fue nuestra Maya decidimos no volver a cerrarle el paso a nadie, de ahora en adelante el Soto o cualquier otro perrito que llegue a nuestras manos tendrá toda la libertad para quedarse o marcharse, para recorrer el cerro, para bajar al río, para pasear, para quedarse, para volver o no volver.
Y ahí está Sotito, fiel compañero, guardián de la casa, regalón de la mamá!
El primer día de libertad nuestro temor era que nos siguiera cuando nos fuéramos a trabajar, que llegara al portón y después no supiera como volver, o que en el camino se encontrara con los temibles San Bernardo de mi papá, pero no pasó así: nos siguió hasta la mitad del camino y luego volvió a casa. Y al volver, después de una larga jornada laboral, Pepé nos esperaba ansioso, recibiéndonos con muchos besos y sacudiendo todo su cuerpo de pura felicidad (porque él no mueve su colita, mueve el cuerpo entero!!).
Desde ese día, cada mañana nos acompaña hasta el auto y se sienta en su roca a despedirnos mirando al horizonte con su postura de perro bravo, asegurándonos con sus ojitos que todo va a estar bien en nuestra ausencia, porque el rey de la manada siempre estará aquí para cuidarnos.
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