This is Patagonia baby! (día 1)
La semana pasada estuve en las Torres del Paine, en una aventura con mi hermano, quien estuvo los 6 últimos meses trabajando como guía en el hotel Grey. La primera vez que conocí las torres fue el año pasado, en abril, cuando fui con la Cuca en un viaje muy de la cuarta edad: tour guiados y siempre en busesito, pues, claro, los ochenta y tantos de mi viejita no nos permitieron más. Si bien ese fue un lindo viaje, no logré conectar con el lugar. Quizás fue porque tan sólo un par de semanas antes, me habían despedido por primera vez en mi vida. Quizás fue porque me hizo falta sentir la tierra con los pies, con el caminar, con todo el cuerpo dentro de una carpa. Quizás fueron ambas cosas, el punto es que cuando me subí al avión para volver a Santiago, prometí volver.
Y ahí estaba, arriba de un avión -nuevamente- esperando reunirme con mi hermano luego de casi 4 meses sin verlo (y lo extrañaba tanto, ¡tanto!). Me esperaba en el Rodoviario de Puerto Natales, con su postura siempre erguida y esa sonrisa que me ilumina el corazón. Caminamos, conversamos, comimos, brindamos. Lo vi más flaco -comentario de mamá-, pero también lo vi más grande. Estos 6 meses habían sido su primer gran salto en la vida... y fue un salto exitoso a pesar de los riesgos. ¡Bien!
No es secreto para ningún chileno que el tiempo en provincia pasa mucho más lento que en Santiago. Si en la capital haces, no sé, diez o veinte cosas al día, en provincia haces una, dos, tres y hasta cuatro cosas como mucho. Y quizás sea mi impresión, pero pienso que al hacer menos en el mismo tiempo, todo resulta más real, más vívido, ¿no? Pues ese primer día caminamos, conversamos, comimos y brindamos. ¡Ah! Y excepcionalmente agrego una quinta (probablemente sea porque somos capitalinos, jaja): revisamos el mapa del parque y definimos la ruta que queríamos hacer. Al día siguiente nos encontraríamos con ciertas trabas que nos hicieron modificar lo planificado, descartando el trekking hasta el glaciar Grey, pero manteniendo el resto de la "W" y agregando los 18 kms. del paso "Las Carretas", pues la travesía del catamarán que permite evitar ese trayecto, estaba ya suspendida por baja temporada.
Fue así como salimos el lunes en el bus de las 7:30 am, llegando a Administración (lago Toro) poco después de las 10:30 y dando inicio a nuestro primer día de trekking, minutos antes de las 11:00 am. Serían 5 horas de caminata hasta llegar al refugio Paine Grande, para decidir allí si continuábamos 2 horas más hasta el camping Italiano, o bien si pasábamos la noche en dicho lugar. Al iniciar el trayecto, mi hermano me explicó dos cosas: la ruta completa está marcada por palos y/o piedras pintadas de color naranjo, de tal manera de guiar a quienes dudaran. Lo segundo: en todo el parque hay 85 pumas y la probabilidad de encontrarse con alguno, si bien es baja, siempre existe. Ante un encuentro, la primera indicación es POR NINGÚN MOTIVO CORRER, pues una reacción así sería causa de muerte sin lugar a dudas, ya que el puma reconocería en la actitud a una presa. Lo que debe hacerse es mantener el contacto visual en todo momento y mostrarse lo más "grande posible", abriendo parkas y chaquetas. Y por último, si la situación se mantiene, la forma de moverse es caminando hacia atrás y lentamente, sin perder el contacto visual. Mierda, ya con esta pura explicación me quise poner a llorar, jajaja.
El camino era muy sencillo: avanzábamos prácticamente en plano, siguiendo una huella de carreta entre prados de lengas, chauras, calafates, dihueñes, murtas y uno que otro arbusto más, que en esta época del año le dan al parque una variedad de colores realmente alucinantes, predominando los rojos y amarillos. La-ca-gó. En a penas media hora, empecé a sentir cómo se activaban toditos los músculos del cuerpo, desde los pies hasta el cuello. Poquito a poco empezaron a asomar leves dolencias, en clara señal de un cuerpo nada entrenado como el mío (seré un poco más generosa conmigo misma, okey, diré que la bicicleta de los últimos meses no fue suficiente para entrenarme para una aventura como esta, pero peor habría sido nada, ¿ah?). Me fui desprendiendo de guantes y gorro, que ya no eran necesarios para apalear el frío. El día estaba totalmente despejado y un maravilloso sol nos acompañó a lo largo de esos 18 kms., pero nunca como para entregar calor: la temperatura no superaba los 6° o 7°, como mucho. En ciertos tramos tuvimos algo de viento, pero siempre controlado y revitalizante. Bien. El tema es que esa constante brisa me tenía la nariz goteando todo el tiempo y ya a la tercera o cuarta vez de sonarme a lo lady con confort, mi hermano me sugirió que lo hiciera a lo mero macho y tal como lo exige una aventura de estas características: dedo índice en el orificio nasal derecho y ¡sopla!. Dedo índice en el orificio nasal izquierdo y ¡sopla de nuevo!. Créanme que es bastante más práctico que andar con el conforcito todo mojado, que además va en un bolsillo al que no es cómodo acceder entre las correas que ajustan la mochila al cuerpo, los bastones que llevas en ambas manos para ayudarte y lo bultosa que a veces puede resultar la chaqueta. Y bue, sumémosle que lo que botaba no eran precisamente mocos, sino agua, agua y más agua.
Dos horas caminando a paso firme y nos detuvimos brevemente en el camping Las Carretas, un espacio definido para acampar, que en realidad de "camping" tenía bien poco: un par de baños (cerrados fuera de temporada) y un quincho para protegerse del viento y lluvia y así poder cocinar. Y sería. Por más que miré, no logré entender dónde estaba el espacio para armar carpas, jajaja. Nos comimos una barrita de cereal que, dicho sea de paso, compré en Santiago histéricamente en cantidades industriales, pensando que necesitaríamos sobrevivir a una catástrofe o vaya usted a saber por qué. Eran 48 barritas en total. Tomar un poco de agua y seguir la ruta. Vamos. De a poco el entorno empezó a cambiar y fuimos dejando atrás el paisaje estepario, para enfrentar leves pendientes que no eran más que el inicio del ascenso hacia el macizo. Y ya empecé a sentir cansancio y poco a poco a cuestionarme si debí o no hacer el viaje. Ya oh, no se rían, que es algo que suele pasarme cuando pongo a prueba mi cuerpo con pruebas físicas a las que no estoy acostumbrada. Me imagino que no soy la única a la que le pasa, jeje. Lo que hago en estos casos es espantar todo pensamiento de este tipo de mi cabeza, no permitirme darle vueltas a esas ideas porque, cmon, ¡yo puedo! Me canso, sí, pero puedo.
Lo que más me dolía era la espalda (era que no), sobre todo en la parte de las caderas y mis "adorados" michelines. Y claro, es lógico porque la mochila va apoyada en esa zona. Los pies también me achían achí, je, a pesar de llevar conmigo un súper pro par de bototos de trekking, cómodos, protectores. Puff. La espalda completa me sudaba, pero confié en que toda esa ropa técnica que llevaba conmigo, me ayudaría a combatir sin problema el sudor. Y es que no daba para desabrigarse porque el viento no paraba y en cuanto te detienes por más de 15 segundos, empiezas a sentir de una el frío. ¡Y, ya oh! No me quejo más. Camina, Anika, ¡camina!
En cada pequeño ascenso, mi hermano se me alejaba un poco más. Los tutitos gordos pesan, déjenme que les cuente. Nos detuvimos por segunda vez, en un mirador que permite apreciar el lago Pehoé. Pucha, me quedo corta de palabras para describirlo y para describir todo lo que vi, realmente. Lindo, bello, silencioso, cálido a pesar del frío, abrazador...
Cuatro horas y media después, media hora menos de lo planificado, llegamos al refugio Paine Grande. Ahí teníamos que decidir que caminábamos las 2 horas (7.6 kms) que restaban para llegar al camping Italiano, en un camino un poco más intenso que el que habíamos recorrido recién. Auch. Me acobardé. Estaba cansada, un poco adolorida (nada del otro mundo), pero sobre todo, el no conocer la ruta y su real intensidad, fueron suficiente argumento para decidirme. Confío en mi hermano y su criterio, pero pucha, ¡él es deportista po! Por más que quiera ponerse en los zapatos de quienes no lo somos, no es lo mismo para evaluar si yo sería culo o no. Y ya me veía a mitad de camino queriendo puro matarme, jajaja. Justo cuando decidimos esto y aun con unas 2 horas y media de luz por delante, salió del refugio el encargado, quien reconoció a mi hermano por haberlo visto toda la temporada y le ofreció la posibilidad de alojarnos dentro, en camita y todo! Así que qué nos dijeron a nosotros: aceptamos gustosos y ambos nos alegramos por haber decidido no seguir caminando por ese día, sobre todo por tener que pasar una noche menos a la intemperie, pues el frío ya se hacía sentir intenso y duro.
Leer parte II
Y ahí estaba, arriba de un avión -nuevamente- esperando reunirme con mi hermano luego de casi 4 meses sin verlo (y lo extrañaba tanto, ¡tanto!). Me esperaba en el Rodoviario de Puerto Natales, con su postura siempre erguida y esa sonrisa que me ilumina el corazón. Caminamos, conversamos, comimos, brindamos. Lo vi más flaco -comentario de mamá-, pero también lo vi más grande. Estos 6 meses habían sido su primer gran salto en la vida... y fue un salto exitoso a pesar de los riesgos. ¡Bien!
No es secreto para ningún chileno que el tiempo en provincia pasa mucho más lento que en Santiago. Si en la capital haces, no sé, diez o veinte cosas al día, en provincia haces una, dos, tres y hasta cuatro cosas como mucho. Y quizás sea mi impresión, pero pienso que al hacer menos en el mismo tiempo, todo resulta más real, más vívido, ¿no? Pues ese primer día caminamos, conversamos, comimos y brindamos. ¡Ah! Y excepcionalmente agrego una quinta (probablemente sea porque somos capitalinos, jaja): revisamos el mapa del parque y definimos la ruta que queríamos hacer. Al día siguiente nos encontraríamos con ciertas trabas que nos hicieron modificar lo planificado, descartando el trekking hasta el glaciar Grey, pero manteniendo el resto de la "W" y agregando los 18 kms. del paso "Las Carretas", pues la travesía del catamarán que permite evitar ese trayecto, estaba ya suspendida por baja temporada.
Fue así como salimos el lunes en el bus de las 7:30 am, llegando a Administración (lago Toro) poco después de las 10:30 y dando inicio a nuestro primer día de trekking, minutos antes de las 11:00 am. Serían 5 horas de caminata hasta llegar al refugio Paine Grande, para decidir allí si continuábamos 2 horas más hasta el camping Italiano, o bien si pasábamos la noche en dicho lugar. Al iniciar el trayecto, mi hermano me explicó dos cosas: la ruta completa está marcada por palos y/o piedras pintadas de color naranjo, de tal manera de guiar a quienes dudaran. Lo segundo: en todo el parque hay 85 pumas y la probabilidad de encontrarse con alguno, si bien es baja, siempre existe. Ante un encuentro, la primera indicación es POR NINGÚN MOTIVO CORRER, pues una reacción así sería causa de muerte sin lugar a dudas, ya que el puma reconocería en la actitud a una presa. Lo que debe hacerse es mantener el contacto visual en todo momento y mostrarse lo más "grande posible", abriendo parkas y chaquetas. Y por último, si la situación se mantiene, la forma de moverse es caminando hacia atrás y lentamente, sin perder el contacto visual. Mierda, ya con esta pura explicación me quise poner a llorar, jajaja.
El camino era muy sencillo: avanzábamos prácticamente en plano, siguiendo una huella de carreta entre prados de lengas, chauras, calafates, dihueñes, murtas y uno que otro arbusto más, que en esta época del año le dan al parque una variedad de colores realmente alucinantes, predominando los rojos y amarillos. La-ca-gó. En a penas media hora, empecé a sentir cómo se activaban toditos los músculos del cuerpo, desde los pies hasta el cuello. Poquito a poco empezaron a asomar leves dolencias, en clara señal de un cuerpo nada entrenado como el mío (seré un poco más generosa conmigo misma, okey, diré que la bicicleta de los últimos meses no fue suficiente para entrenarme para una aventura como esta, pero peor habría sido nada, ¿ah?). Me fui desprendiendo de guantes y gorro, que ya no eran necesarios para apalear el frío. El día estaba totalmente despejado y un maravilloso sol nos acompañó a lo largo de esos 18 kms., pero nunca como para entregar calor: la temperatura no superaba los 6° o 7°, como mucho. En ciertos tramos tuvimos algo de viento, pero siempre controlado y revitalizante. Bien. El tema es que esa constante brisa me tenía la nariz goteando todo el tiempo y ya a la tercera o cuarta vez de sonarme a lo lady con confort, mi hermano me sugirió que lo hiciera a lo mero macho y tal como lo exige una aventura de estas características: dedo índice en el orificio nasal derecho y ¡sopla!. Dedo índice en el orificio nasal izquierdo y ¡sopla de nuevo!. Créanme que es bastante más práctico que andar con el conforcito todo mojado, que además va en un bolsillo al que no es cómodo acceder entre las correas que ajustan la mochila al cuerpo, los bastones que llevas en ambas manos para ayudarte y lo bultosa que a veces puede resultar la chaqueta. Y bue, sumémosle que lo que botaba no eran precisamente mocos, sino agua, agua y más agua.
Dos horas caminando a paso firme y nos detuvimos brevemente en el camping Las Carretas, un espacio definido para acampar, que en realidad de "camping" tenía bien poco: un par de baños (cerrados fuera de temporada) y un quincho para protegerse del viento y lluvia y así poder cocinar. Y sería. Por más que miré, no logré entender dónde estaba el espacio para armar carpas, jajaja. Nos comimos una barrita de cereal que, dicho sea de paso, compré en Santiago histéricamente en cantidades industriales, pensando que necesitaríamos sobrevivir a una catástrofe o vaya usted a saber por qué. Eran 48 barritas en total. Tomar un poco de agua y seguir la ruta. Vamos. De a poco el entorno empezó a cambiar y fuimos dejando atrás el paisaje estepario, para enfrentar leves pendientes que no eran más que el inicio del ascenso hacia el macizo. Y ya empecé a sentir cansancio y poco a poco a cuestionarme si debí o no hacer el viaje. Ya oh, no se rían, que es algo que suele pasarme cuando pongo a prueba mi cuerpo con pruebas físicas a las que no estoy acostumbrada. Me imagino que no soy la única a la que le pasa, jeje. Lo que hago en estos casos es espantar todo pensamiento de este tipo de mi cabeza, no permitirme darle vueltas a esas ideas porque, cmon, ¡yo puedo! Me canso, sí, pero puedo.
Lo que más me dolía era la espalda (era que no), sobre todo en la parte de las caderas y mis "adorados" michelines. Y claro, es lógico porque la mochila va apoyada en esa zona. Los pies también me achían achí, je, a pesar de llevar conmigo un súper pro par de bototos de trekking, cómodos, protectores. Puff. La espalda completa me sudaba, pero confié en que toda esa ropa técnica que llevaba conmigo, me ayudaría a combatir sin problema el sudor. Y es que no daba para desabrigarse porque el viento no paraba y en cuanto te detienes por más de 15 segundos, empiezas a sentir de una el frío. ¡Y, ya oh! No me quejo más. Camina, Anika, ¡camina!
En cada pequeño ascenso, mi hermano se me alejaba un poco más. Los tutitos gordos pesan, déjenme que les cuente. Nos detuvimos por segunda vez, en un mirador que permite apreciar el lago Pehoé. Pucha, me quedo corta de palabras para describirlo y para describir todo lo que vi, realmente. Lindo, bello, silencioso, cálido a pesar del frío, abrazador...
Cuatro horas y media después, media hora menos de lo planificado, llegamos al refugio Paine Grande. Ahí teníamos que decidir que caminábamos las 2 horas (7.6 kms) que restaban para llegar al camping Italiano, en un camino un poco más intenso que el que habíamos recorrido recién. Auch. Me acobardé. Estaba cansada, un poco adolorida (nada del otro mundo), pero sobre todo, el no conocer la ruta y su real intensidad, fueron suficiente argumento para decidirme. Confío en mi hermano y su criterio, pero pucha, ¡él es deportista po! Por más que quiera ponerse en los zapatos de quienes no lo somos, no es lo mismo para evaluar si yo sería culo o no. Y ya me veía a mitad de camino queriendo puro matarme, jajaja. Justo cuando decidimos esto y aun con unas 2 horas y media de luz por delante, salió del refugio el encargado, quien reconoció a mi hermano por haberlo visto toda la temporada y le ofreció la posibilidad de alojarnos dentro, en camita y todo! Así que qué nos dijeron a nosotros: aceptamos gustosos y ambos nos alegramos por haber decidido no seguir caminando por ese día, sobre todo por tener que pasar una noche menos a la intemperie, pues el frío ya se hacía sentir intenso y duro.
Leer parte II
Comentarios
Publicar un comentario