La historia de Putu.
Justo cuando empezábamos a creer que la visita a Lovina, la playa al norte de Bali popularizada por el avistamiento de delfines, había sido un poco en vano, nos sentamos en el pequeño restorán de Putu a disfrutar nuestra última comida en el lugar. A Putu lo habíamos conocido dos días antes al llegar a Lovina: llegamos pasadas las 2 de la tarde y con hambre. Nuestro hotel no tenía restorán, así es que le preguntamos al dependiente dónde podíamos comer un rico pescado y nos recomendó ir donde Putu, que quedaba al lado. “Warung Putu” (warung significa restorán en balinés) era un sencillo restorán con 4 mesas y una escueta carta que ofrecía pescado, arroz frito, jugos naturales, panqueques y poco más, cuyas instalaciones resultaron ser parte del primer piso de la casa de Putu, su dueño. Hago una pausa en la historia para explicar que “Putu” es un típico nombre balinés que se le otorga al primogénito de la familia y/o al 5to hijo si lo hubiera. Es un nombre unisex y se pronuncia acentuándolo en la última “u”, pero no lleva tilde; Putú. Pues bien, continúo con la historia. Nos sentamos en el restorán y un sonriente Putu nos recibió diciéndonos, prácticamente de entrada, que teníamos buen karma, cosa que de inmediato nos enganchó (¿a quién no le gusta que le digan que tiene buena energía, en la forma en que sea que se diga?). Pedimos una de las opciones disponibles: atún envuelto en hoja de banana asado a la parrilla y jugos naturales. Rico, aunque el pescado estaba un poquitín fibroso, supuse que podía ser por exceso de cocción. La conversación con Putu fue lo típico; algunas preguntas comunes de viaje como de dónde venimos, por cuánto tiempo viajamos, cuánto nos quedaremos en Lovina, si tenemos pareja, hijos, etc. Él nos contó que había enviudado hacía 5 años, su mujer falleció por diabetes y tuvieron 5 hijos. Una de sus hijas, Made, trabaja con él en el restorán. Y eso fue todo por ese día. A pesar de lo banal de la conversación, tanto Sandra como yo quedamos prendadas de Putu. Algo tenía el viejo, que nos conquistó.
Poco más de un día bastó para que nos hartáramos de Lovina y su gente: las playas eran en extremo sucias, resultaba difícil incluso encontrar un espacio en la arena para echarse a tomar sol y meterse al mar era casi imposible entre la mucha basura que flotaba y lo fangoso del fondo. Eso, respecto al lugar físico, a lo que se sumaba el permanente acoso de vendedores de artesanía y souvenirs, agentes turísticos ofreciendo paseos en bote para divisar los delfines al amanecer, para hacer snorkeling o tours de día completo, mujeres ofreciendo sus masajes… todo esto, coronado con curiosos adolescentes (y ni tan adolescentes) deseosos de poder tomarse una foto con los pocos turistas que llegan a la zona. Rápidamente entendimos que no podríamos quedarnos ahí los cinco días que había programado y decidimos reducir la estadía a sólo tres días.
Así, nuestra última noche la pasamos en el restorán de Putu. Llegamos cuando empezaba el atardecer y entre risas le comentamos que habíamos vuelto para probar su tan auto promocionado “black rice pudding”. Nos ofreció el pescado del día: marlin a la parrilla, el cual resultó ser ¡riquísimo! Como el lugar es pequeño, Putu y su hija tienen instalada una parrilla a carbón en la calle, justo en la salida del restorán. En cuanto accedimos a la tentadora oferta del pescado del día, Putu llevó el pescado a la parrilla y Made quedó cargo. Mientras esto sucedía, nosotras nos empinábamos nuestras gélidas cervecitas, tan valoradas en clima balinés, al tiempo que Putu se perdía de nuestra vista. En un momento, sentimos que mucho humo proveniente de la parrilla entró al lugar y a los pocos segundos escuchamos a Putu rezando en el segundo piso: era un rezo cantado, muy gutural, incomprensible desde las palabras pero que calaba los huesos por su intencionalidad e intensidad (no confundir con volumen). Sandra y yo nos miramos abriendo grandes nuestros ojos, mostrando la mutua sorpresa y la evidente emoción que nos provocaba estarlo escuchando.
- Weona… ¡esto es un sahumerio! – le dije a Sandra con mi exaltada voz y ella asintió abriendo aún más los ojos, en total acuerdo.
Fueron sólo un par de minutos y ya Putu se incorporó a nosotras. Venía ceremoniosamente vestido con su sarong y el cinto que todos los balineses se cruzan a la cintura para sus ritos, además de traer granos de arroz pegados en medio de su frente. Sandra aprovechó la ocasión y le preguntó por los granos de arroz, que mucha curiosidad le causaban:
- Son para ayudarme a ver mejor las cosas, con más claridad y enfoque.- nos explicó sonriente.
O sea, podríamos decir que eran para abrir su tercer ojo, como dirían los hindues, pensamos nosotras.
Todavía sorprendidas y algo nerviosas con la sensación de haber estado en un sahumerio “involuntario”, aunque muy agradecidas por tremendo regalo, nos pusimos a conversar y de la nada, Putu nos empezó a hablar de la plata, de cómo va y viene, de lo irrelevante que es en la vida preocuparse por tenerla, pues siempre, siempre llega. En contexto, nos habló de un turista que vino hace años a su restorán. Se trataba de un alemán que sostuvo una buena conversación con nuestro amigo, acompañado de buena comida. Al rato después de marcharse, Putu encontró una billetera en el piso, dejada por alguno de los clientes de ese día, la abrió y se encontró con una pequeña fortuna en rupias y con la foto del alemán. Sin dudarlo se dirigió de inmediato al hotel de su nuevo amigo. Sabía dónde se estaba quedando porque esa es una de las preguntar de rigor de Putu cuando entabla conversación con turistas.
- ¡No podía hacer otra cosa! Muy fácil habría sido quedarme con la plata y desechar la billetera… pero ¿cuál es el costo de ese acto?, ¿cómo podría yo quedarme con los billetes y seguir tranquilo por la vida? Karma, esa es la respuesta.- fueron sus palabras.
Tras irse de Bali, el alemán mantuvo contacto con Putu vía correo electrónico, manteniendo la amistad hasta el día de hoy. Un día, la esposa de Putu enfermó de diabetes y no tenían cómo costear su tratamiento. Desesperado, nuestro amigo recurrió al alemán y este, sin dudarlo, le entregó el apoyo económico que necesitaban.
- La plata va y viene. No hay que preocuparse demasiado por ella, hay que confiar en que tendremos todo cuanto necesitamos. Si hoy tenemos, nos damos un banquete. Si mañana no tenemos, comemos arroz. Pero siempre habrá. Y siempre agradecidos por lo que llega.- decía, mientras yo sentía que me traspasaba con la mirada y ese tercer ojo hiper activo luego del arroz y los rezos.
Y no por nada sentí que aquellas palabras estaban completamente dirigidas a mí: me había pasado prácticamente todo el viaje pensando en la plata, en cómo haría para generar aquello que necesitaba para vivir cuando volviera a Chile. Y pah, ahí estaba sentada en ese sencillo y maravilloso lugar, escuchando la sabiduría de este hombre caído del cielo. El lugar correcto en el momento preciso, pura sincronía.
El famoso “black rice pudding” era un manjar de dioses, a todo esto.
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