Me enamora
Me enamora su cocina, eso es lo que pasa. No el espacio, no el lugar, no, no, me refiero a toda ella y el cocinar. Bueno, el espacio también porque es parte de toda ella. Verla ir de acá para allá en su cocina es como ver un ballet. Grácil, ligera, de coordinados y amorosos movimientos. A veces descoordinados, también. Me gustaría saber lo que piensa al cocinar, qué pasará por su cabeza mientras abre cajones, muebles, saca platos, cucharas, ¿un poco de jengibre?, mmmm huele bien, ¿te gustaría algo dulce? Sí, ella es toda gracia en su cocina y yo tengo la fortuna de poder observarla así, sentado en primera fila en un verdadero espectáculo de intimidad real, porque no hay momento donde sea más ella que en su cocina, preparando alguna delicia que ¡ohhh! Que placer más genuino llevarse a la boca un bocado de lo-que-sea que cocine.
Sus manos me hipnotizan, cuando se mueve por la cocina. La meticulosidad de sus movimientos, graciosos y sencillos, son un verdadero baile que entra por mis ojos. Quisiera devorarla a través de sus manos que, sin haberlas tocado, sé que son suaves y cálidas. De otra manera no podría ser. Mientras cocina, conversa. Mantiene la atención en la charla y le da continuidad mostrando su punto de vista. Sé que está presente y atenta a la conversación, pero aún así no descuida ningún detalle al cocinar. Un poco de sal aquí, queso allá, ¿quieres más vino?, te entiendo, aunque pienso que…
Y mientras habla y cocina, yo vuelvo a observarla y a enamorarme de su cocina sin planearlo, sin darme mucho cuenta que mis ojos delatan ese amor que nace a partir de su energía al cortar un simple y común tomate. Su cocina y toda ella están vivas.
Sus manos me hipnotizan, cuando se mueve por la cocina. La meticulosidad de sus movimientos, graciosos y sencillos, son un verdadero baile que entra por mis ojos. Quisiera devorarla a través de sus manos que, sin haberlas tocado, sé que son suaves y cálidas. De otra manera no podría ser. Mientras cocina, conversa. Mantiene la atención en la charla y le da continuidad mostrando su punto de vista. Sé que está presente y atenta a la conversación, pero aún así no descuida ningún detalle al cocinar. Un poco de sal aquí, queso allá, ¿quieres más vino?, te entiendo, aunque pienso que…
Y mientras habla y cocina, yo vuelvo a observarla y a enamorarme de su cocina sin planearlo, sin darme mucho cuenta que mis ojos delatan ese amor que nace a partir de su energía al cortar un simple y común tomate. Su cocina y toda ella están vivas.
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