Magia
Hoy cumplió 5 años el pollo, mi sobrino menor Raúl. La celebración era el domingo que acaba de pasar, pero el tiempo jugó una mala pasada y era difícil que los niños disfrutaran jugando al aire libre como estaba preparado, así es que el evento fue suspendido, con la frustración y la penita que eso conlleva. Así es que hoy lo fui a buscar al jardín y aprovechamos la luz de la tarde para irnos de aventura al cerro. Tomamos un sendero 'muy peligroso' según sus propias palabras y a pesar que en algunos momentos flaqueó y quizo dejar la aventura hasta ahí, muy atemorizado por las riesgosas quebradas, lo convencí de llegar al final del camino. Le conté que cuando yo era chica, mi papá me llevó por ese mismo sendero y llegamos a un bosque mágico, 'el bosque de la caperucita roja' y que como es un bosque mágico, sólo aparece de vez en cuando y únicamente cuando va algún niño a su encuentro, por lo que yo tenía mucha esperanza de poder volver a verlo ahora que lo estaba buscando con un niño; él. Subimos y bajamos por el sendero, a ratos me pedía la mano para ayudarlo a pasar por los lugares más difíciles y nos detuvimos algunas veces a mirar el paisaje y los muchos cactus, que tanto le gustan. De repente empezamos a bajar y a sentir el río más cerca, la vegetación se hizo más abudante y los árboles más grandes: ahí estaba la entrada al bosque mágico. Con sus ojitos brillantes de ilusión y esperanza de ver duendes y hadas, apuró un poco el paso sin soltarme la mano, curioso y a la vez cauto de lo que podía encontrar. Entramos. El pasto del sendero se transformó en un colchón de tierra de hoja de litre, que bajo los pies se sentía aireada y crujiente a la vez. Los altos y frondosos árboles prácticamente no dejaban entrar la luz de la tarde y el olor a humedad viva coronaba la real sensación de estar en un lugar mágico. Sin que lo notara, tomé una piedra del tamaño de mi puño y la tiré lejos, produciendo un ruido y movimiento que bien podría haber acusado la presencia de una criatura mágica. '¡Ahí!' gritó Raúl apuntando con su índice, a lo que, susurrando, respondí: 'shhhhht, tenemos que ser silenciosos porque los duendes son muy asustadizos y se esconden para que no los veamos'. Con sus ojos grandes y muy serio, asintió con su cabeza y sigilosamente se movió hasta donde creyó escuchar al duende, pero nuestro rápido amigo ya se había fugado a través de un agujero cercano a las raíces de un gran árbol. Seguimos recorriendo el bosque y nos encontramos con una gran roca a la que trepamos sin dudar. A unos 3 metros de altura, le expliqué que las criaturas del bosque le otorgaban al lugar toda la magia y que esta podía ser traspasada a sus visitantes si estos realmente creían en ella. 'Para poder absorber la magia tenemos que cerrar los ojos, respirar ondo y con las palmas hacia arriba, recibir la magia que nos comparten los duendes y hadas a través del bosque'. No lo dudó ni un segundo y cerró sus ojitos, apuntó sus palmas hacia arriba e inspiró profundo, mientras yo coronaba el ritual diciendo: 'bosque mágico, entrégale tu magia a Raúl ¡ahora!'. Acto seguido, el pollo me preguntó si yo quería recibir también la magia del bosque ('para que puedas volar, tía Anika', me dijo, tomando parte de la conversación que tuvimos en el trayecto, cuando me preguntó qué es lo que yo más quisiera en el mundo, como un super poder), a lo que respondí que sí y repetimos el mismo ritual, siendo esta vez yo la receptora y él quien repitió la misma frase de poder que yo había verbalizado minutos antes. La magia estaba hecha para ambos. Continuamos caminando un poco más, antes que la luz del día se fuera y nos obligara a volver. La charla, esta vez, estuvo dirigida hacia la magia, la paciencia, los tiempos de espera y la fe. Nos encontramos con el final del camino: una eternidad de zarzamoras y enredaderas que no sólo impedían el paso sino también la visibilidad. Sentimos algunos ruidos y nos agachamos para ver si encontrábamos algún duende o hada y aunque poco podía distinguirse, Raúl me aseguró haber visto un duende pequeño con un hada más pequeña aún sobre su hombro, de color morado mezclado con rosado ('tu color favorito, tía Anika. ¿Qué color se forma cuando se mezcla el morado con el rosado?'). Ya era hora de volver.
Al llegar a casa, un poco empolvados, hambrientos e ilusionados con la aventura, Raúl se encontró con mi primer mandala tejido y rápidamente me preguntó si podía quedarse con él. 'Claro, mi amor. Es tuyo' le dije sin dudar. Con el mandala entre sus manos, agregó: '¿y puedo quedarme también con uno de los que tienes en tu pieza?', pregunta que me dejó sorprendida y muda, pues los mandalas que tengo en mi pieza son bastante nuevos y él no tenía cómo saber de su existencia. Tartamudeando respondí con una pregunta: '¿cómo sabes que hay más mandalas en mi pieza?'. Y él, con esa expresión pícara tan característica y mientras bajaba lentamente la escalera hacia mi dormitorio, me dijo 'yo los conozco, los he visto antes'.
Yo puedo afirmar que nunca antes los había visto, al menos no en esta realidad. La magia del bosque surtió efecto inmediato y Raúl se lleva a casa mi primer mandala y el que escogió de los que había en mi pieza, uno que yo no quería dejar ir porque fue tejido para mí, pero que solté de pura magia y amor
❤

Y ahí queda la evidencia fotográfica, con payaseo incluido.
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