Nos hicieron creer

Nos hicieron creer tantas cosas como si fueran verdad absoluta. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que el amor venía vestido como un gran merengue y que sólo se podía acceder al verdadero dando un ‘sí’ a los pies de la representación de un hombre crucificado que sangra de manos, pies y cabeza, como si de otra manera fuera un amor menos real, menos puro, menos valioso. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que es lindo que alguien nos diga que nos necesita, que se muestre posesivo con nuestro cuerpo o con nuestra propia existencia al punto de sentirnos gratificados cuando lo escuchamos, como si si nadie nos necesitara nuestra existencia estuviera vacía o como si fuera real pertenecer a alguien más que a uno mismo. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que la felicidad es un fin y no un camino, como si tuviéramos que recorrer la vida para alcanzarla y una vez que lo hacemos, se acabó todo. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que mientras más posesiones tenemos más felices seremos, como si más zapatos en el closet, el último celular o un auto de lujo pudiera llenar nuestra existencia en vez de mil atardeceres multicolores, la arena salada masajeando las plantas de nuestros pies o subir a la cima de la montaña y contemplar la inmensidad… Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que las cosas son de una manera y todo lo demás está mal. Que nacemos, vamos al colegio, luego a la universidad, más tarde a trabajar, nos casamos (con alguien del género opuesto, vale aclarar) tenemos hijos, una casa en un lindo barrio, quizás una mascota (¿o creías que no hay espacio para ciertas elecciones?) y ya, como si no hiciéramos todo esto nos hiciera desaparecer, catalogándonos como ‘nadie’. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que la vida es difícil, que para obtener lo que queremos hay que trabajar duro y hacer un millón de sacrificios, que de otra manera no merecemos una buena vida, que los flojos, los hippies, los perezos, los que no venden su tiempo a las grandes compañías o, de otra manera, no montan un negocio exitoso, no valen nada, no le ‘ganan a nadie’, como si la vida fuera una competencia con ganadores y perdedores en la que -¡por si fuera poco!- ganan quienes más posesiones materiales tienen. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que podemos ingerir prácticamente cualquier cosa sin que repercuta en nuestro cuerpo, que las cosas menos beneficiosas para la salud son las más ricas, que el placer está por sobre la vida misma incluso, como si las enfermedades -del cuerpo y del alma- estuvieran ‘en el aire’ y nada pudiéramos hacer para evitarlas… sólo tomarnos la pastillita y ya está. Nos hicieron creer.

Tantas veces nos hicieron creer que es mejor callar lo que se siente y lo que se piensa, no derramar esas lágrimas ni gritar con furia, como si esas palabras que no fueron dichas, esas lágrimas contenidas y esos gritos ahogados no los hubiera absorbido el cuerpo para luego manifestarlos en forma de dolencia y enfermedad. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que el valor del tiempo se mide en plata (o en oro), como si no fuera el bien más preciado de cada ser humano luego de su propia existencia. ¡Y lo vendemos como si fuera recuperable! Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que la seguridad y el control son dos cualidades útiles y hasta necesarias para la vida, que las certezas y un terreno firme donde pisar fueran la mejor forma de llegar a la felicidad, como si fuéramos dueños de la existencia. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que hay que apegarse a todo lo bueno y rechazar todo lo malo, como si la vida no estuviera en constante cambio y pudiéramos darle permanencia a aquello que deseamos o finiquitar de una vez lo que no queremos más. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que es importante definirse, etiquetarse, pertenecer acá o allá, llevar una vida consecuente entre el pensar y el hacer a lo largo del tiempo, como si la flexibilidad y el cambio fueran un defecto o el enemigo y no una maravillosa y constante forma de experimentar la existencia. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que la raza humana es superior a toda otra forma de vida sobre la tierra, otorgándonos con esto el derecho a destruir, explotar, maltratar y abusar del resto de las especies para nuestra propia conveniencia, como si no fuéramos todos parte de todo y no nos estuviéramos dañando a nosotros mismos. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que buscar otra perspectiva de la realidad a través de diversas drogas de poder está mal, que la droga mata, que es el enemigo número uno, como si el azúcar, el tabaco, el alcohol o cualquier otra sustancia consumida en exceso no fuera a matarnos {Más vale un pueblo dormido en obediencia que uno cuya conciencia en expansión deja todos los espacios para cuestionar}. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer que para ser una mujer en toda la expresión de la palabra, tenemos que experimentar la maternidad, que no serlo sólo es posible cuando nuestro cuerpo no lo permite, que si no somos madres tendremos un trauma de por vida, como si antes de concebir un hijo no estuviéramos completas o no fuera suficiente nuestra sencilla existencia de ser individual. Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer tantas cosas que ni siquiera caben en un pedazo de papel o en la pantalla. Nos hicieron creer que la realidad es una; no dos, ni diez, ni un millón.

Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer.

Nos hicieron creer.


Anika, 30 de octubre de 2016. Escrito arriba del bus que va
desde Cuenca a Ambato, Ecuador.

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