La otra historia

Hubo un día una niña enamorada de su padre. Él era todo para ella: cobijo, abrazo, cuidado, piel, calor, amor. Era el hombre de su vida. Cuando estaban juntos el tiempo se detenía, pues no había fuerza más poderosa que el absoluto amor. El mundo era duro, hostil, amargo y ella encontraba en sus brazos el refugio que su ser pequeño necesitaba para ver el lado dulce de la vida y no perderse en ese mar que bramaba por devorarla. Ahí estaba segura.

Las primaveras sucedieron. Los inviernos también. El reloj reclamaba por volver a girar. Clic. Un segundo resonante hizo a la tierra temblar y la niña despertó de su ensoñación. Clic. Pestañeó repetidas veces buscando entender dónde estaba, sin conseguirlo. Clic. Clic. Clic. El tiempo volvía a andar y junto a él, papá retomaba también su caminar. La niña lo vio alejarse cada vez más y el pánico se apoderó de ella. Quizo moverse, correr detrás de él para agarrarse fuerte y no soltar, pero sus piernas estaban paralizadas y por más esfuerzo que hizo no pudo moverlas ni un mísero milímetro. Clic. Su garganta se cerraba en un silencioso gemido que se transformó en grito desesperado. ¡Papá, tengo frío! Y papá volvió para arroparla amorosamente. La niña sintió el alivio de su presencia, mas el tiempo no volvió a detenerse y esta vez supo que los segundos no dejarían de venir y de abalanzarse unos sobre otros. Ya no había vuelta atrás.
En este nuevo tiempo, la niña descubrió que papá seguía aquí, disponible para ella. Él tenía un nuevo amor y ella lo aceptó. Y papá siguió arropándola por las noches con el amor de siempre. Y la niña creció. Y se encontró en un nuevo cuerpo. Y creyó que tal vez podía encontrar también un nuevo amor. Seguía soñando con ser la preciada joya de su padre, pero como ya había aceptado que no era posible, decidió buscar ese nuevo amor y convertirse en ese talismán. Ser “la deseada”. Llegó ese primer nuevo amor. Y llegaron otros amores después. Pasó, la vida. Y un día se encontró en otro nuevo cuerpo, uno que le regalaron sus hijos. Y así, de pronto, después de habitar sus cuerpos por 43 años, volvió a ver la herida en el corazón que un día había dejado su padre cuando era una niña. Pudo ver en su pecho ese agujero que por años intentó llenar sin conseguirlo, esta vez, en compañía de un amor que sí la deseaba, pero que buscaba también llenar sus propios vacíos y ella, la que un día fue una niña y hoy era una mujer, comprendió que nunca llenaría el agujero de su corazón siendo el objeto de deseo ni de su compañero ni de nadie en el mundo.

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